Saturday, April 26, 2014

Vis et temore

Quién me diera el sabor de una familia, uno que no me sepa amargo. Durante centurias, todos los rostros que me rodean se asemejan a manchas, miles de manchas opacas... ¿Dónde está mi fuente de poder? Mi riqueza no puede andar concentrada en mí solamente. Suelo ver la poca debilidad de mis modos al no tener a nadie a quien extrañar, porque extrañar no es parte de mi naturaleza, ni tampoco amar a esos seres que siempre me han rodeado, de una familia destruida, pero sanguínea al fin. Qué bello ha sido sentirme liberada de toda pena, con apenas unos roces de rencor inconsciente, suficientes para regalarme alborozo y placer sonriente... Suficiente para hacerme desear sangre dulce. Qué horrible ha sido, hace una semana, prácticamente, descubrir la asquerosidad del saber mi muerte a unos pasos, y la vida con apenas una porción exigua de aire por el segundo que se es concedido de inspiración. ¡Qué horrible sensación! Me ha trastornado tanto los papeles, el pincel, los lápices y el lienzo: todo el arte se ha fundido hasta un tiempo indefinido, quizá infinito e inmortal, como un jamás o un nunca. Entonces, si me sabe amarga la sangre en los labios, o presiento algún tipo de trauma por lo vivido, todo se ha desorganizado en mis esquemas, y ya no puedo ser la misma. O no sé si puedo. Esto me afecta enteramente y mis cejas tiemblan, como mis dedos y las cortinas cerradas que evitan el día. Mi tranquilidad fingida, pero verdaderamente tiesa, se ha ido. Mi rigidez se ha largado. Y si no puedo tomar con seriedad mis deseos de delicia mortal, ¿dónde se halla esa fuente de calor? ¿Qué justifica mi soledad? No consigo confiar en nadie y, sin embargo, algunos seres han sido por siempre considerados, aun irrazonablemente, incondicionales. Esos seres en la distancia, que mi cuerpo y mi alma repelan. Aquellos que juré que nunca vería más en cuanto pudiera escapar. ¿Será que son ellos el refugio perfecto, el jardín secreto, la daga dadora de victoria y felicidad? Porque al pesarme tanto la libertad, me hallo enclaustrada con mi padre, y sus modos me irritan excesivamente. Con mi hermano, creo que la lealtad no se ha marchado del todo, pero la indiferencia ha reemplazado la admiración que algún día le guardé. Mi pequeña hermana y mi madre viven en otro mundo, y extraño a la primera, y cada vez ignoro más a la segunda. Qué lío. ¿Por qué intentar encontrar calidez en ellos? ¿Por qué unificar un fiasco? ¿Por poder? ¿Por mi maldita y hermosa ambición? ¿Para sentirme tan alta e invencible? No se me olvida el diagnóstico. Nunca lo mencioné a ustedes, forasteros, por cierto, pero mi diagnóstico dijo, entre otras cosas, que soy narcisista. Quizá esto sea parte de mis modos narcisistas. No lo sé. Pero quién me diera el saber de una familia... Creo que, de algún modo, sigo intentando alcanzarlo. Huyendo de la víbora principal, quizá algo de paz o alivio encuentre. Quizá halle fuerza y fuego, también. Por lo menos, durante estos años, en los que he de decidir si desapareceré hasta siempre, o tomaré mi nombre como una espada y guardaré a mi familia como a los míos, como míos a quienes debo mi lealtad eterna. ¿Por qué persigo depositar mi lealtad en algún lado? ¿Por qué? Sí, estodo un tema de poder. Es, en parte, un asunto de impresiones. Pero que mi familia no parezca la típica buena familia, sino un club de seres poderosos y fuertes. Son disparates. Yo soy un disparate, también. Es cierto que también necesito excusas para construir el nuevo hogar que tenemos en mente. No hay otra escapatoria, por ahora. Debo aceptar la realidad: nunca amaré del todo a mi familia. Nunca seré una de ellos. No le pertenezco a nadie y nadie me pertenece. Pero que me hagan el bien que quieran, con tal de que no intenten cortarme las alas, porque mi viento siempre ganará el primer lugar. Que el odio y el rencor solo duren hasta que pueda huir en mi soledad, aunque sea para siempre miserable. Y qué miserable sería darme cuenta de que jamás pude confiar, porque no sé cómo. Y siempre, en mi mente, recordaré, así como recuerdo ahora tan inevitablemente que desfallezco en odio y cólera, que la muerte, aun si la deseara, ahora me mata de miedo. Que, al haberla probado tan de cerca, nada me asusta más. Soy una idiota, una estúpida, por haberme creado un trauma tan ridículo, a esa cosa a la que nunca le temí y que tanto buscaba. Qué maldición vivir ahora con este miedo infinito, y saber que mi soledad, mi tristeza, mis demonios y mi amargura no tienen escapatoria, porque aun la muerte sería más intensamente dolorosa, hasta que se haya consumado, y el tiempo de espera podría ser asquerosamente eterno...

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