Thursday, May 1, 2014

Cubili

Ojalá no lo recuerde. Que no lo recuerden. No me encuentren. Me escurro en un lecho duro y ya no encuentro vestigio de mi sangre. Se ha ido, pero retorno a unos meses pasados, con un cigarro en la mano y dos cajas repletas al lado, una lata traída de China con datos históricos como cenicero, las cortinas apagadas, el pijama puesto, la puerta cerrada y el cuerpo semi-extendido, en una posición algo incómoda, para poder sostener la laptop en la que ahora escribo. Me proyecto a deleitarme con un diálogo de insania. Acabo de percatarme de que sigo con sueño. ¿Por qué tuve que despertarme en medio de la madrugada, y no ir a dormir sino prácticamente a las 6 de la mañana? Y, claro, como nadie pretende hacerme la vida fácil, me despiertan en el día de feriado para preguntarme si tengo deseos de ir al campo. Obviamente, no los tengo. No significa que no me guste el campo. Amo el campo. Amo la brisa fría en un día soleado, la tranquilidad y el silencio, los animales silvestres y los prados verdes. Pero todo sería más sencillo si no tuviera que socializar; si no se esperara que hable o ponga una sonrisa en el rostro. Me pesa la respiración. Maldita sea. Sueno como si estuviera dormida. Hoy el día se me hace largo, y así quiero contenerlo en mi mente, porque se me suelen desvanecer entre los dedos los días libres, sea que fueren otorgados por algo externo, o por mí misma... ¿Será que sueno ridícula? Porque me siento ridícula. Me siento excesivamente ridícula, estúpida, absurda y somnolienta. El humo me ha de haber conquistado. No importa. No importa nada.

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