Thursday, May 1, 2014

Dimisit

Me despierto en medio de sueños y pesadillas. Sus rostros no se han desvanecido totalmente. Los detesto. Los detesto a todos. ¿Por qué no se largan en formas de humo y me dejan en paz? ¿Por qué, luego de toda mi tranquilidad, los temblores vuelven a mí y me dan tiniebla? ¡Cómo detesto recordar! Una nada de nadie, asquerosamente, recuerdo que nunca seré yo la elegida, que nunca habrá un filtro para llegar a mi esencia. Pero fuera de cualquier elección ajena, permanezco enclaustrada con mi arte de expulsión divina, sin iluminación o con ella: soy solitaria. Porque en rostros y torsos como los míos, solo cabe la sensualidad. Y porque, aun en lo que la trascienda, el que pueda ver es siempre un mero observador, o un débil que busca lagos rebosantes de letra y miel, incluso un poco de amargor. No podría decir que solo es en esta esfera que me encuentro desierta: sin las perlas anfitrionas, los amigos se largan. Hay mil dagas en mi cuerpo, pero ni un solo movimiento. Soy firme y fija. Estoy helada. Demasiado helada. He cerrado mis ojos para no ver. He cerrado mi boca para que mi aliento no deje sonar la humanidad que siempre me acorraló los modos y me hizo sentir intensamente. Soy un pedazo de hielo y mármol. Sigo el juego que me proponen. Ando en el placer y sonrío con éxtasis ante cada pedazo de masa y hemoglobina, como si pudiera saciarme en su extinción lenta; como si fuera a suprimirlos. No sé qué soy, pero sé que no soy la mujer que encuentra calidez o roces; sé que no soy la que es elegida, ni la que pertenece o a la que alguien pertenezca. Ni aún entre lazos sanguíneos, familiares o amicales. Creo, en parte, que es mejor no serlo. Es preferible tragarme la verdad. ¡Cállate, razonamiento escéptico! Ya te he mostrado la realidad. El resto de lógicas son banales. Déjame mecerme un rato con la idea. Déjame la pizca de sedación. No sé por qué necesito abrazarme a mí misma. No sé por qué siempre vuelvo a la misma habitación, con las luces apagadas, y lucho con puños y garras porque alguna lágrima caiga y libere a mi pecho del tumor de cristales que me trajo la maldición de la vida. Que yo fui un intento de enmendar lo roto, y siempre he estado rota. Nadie me da firmeza, pero yo soy firmeza. Nadie me da fuego, pero en mis ojos explota y sucumbe al resto de mi todo hasta que la vida que me sea un renacer tan harto de incendios que todo lo que pueda caber en mí sea el frío glacial, sanguinario y brutal. Mi cuerpo y sus tenores son de hielo. Pero ni lo gélido parece hacer desaparecer tanta condenación. En los anocheceres, me visitan formas endemoniadas, fantasmas del pasado con armas negras. ¡Qué asco la memoria y el veneno! Contribuyan a mi frialdad intensa, ustedes, llagas hambrientas, que me recuerdan que fui la nada de alguien. Realmente. Yo fui la nada de alguien. Fui esa basura, ese pedazo de caca, ese vómito hermoso que traía algo de arte a esa vida escasa e hinchada, al receptor más dulce y amargo. Qué barbaridad que yo aún me esfuerce por jugar tan fríamente. Quiero ser la maldita villana. Déjenme serlo. Déjenme ser la maldita serpiente de lengua bífida que ahorque lentamente al ser más indefenso. Quizá entonces yo también traiga el terror a las noches de otro ser, que me aborrezca y grite en el rojo y negro que la realidad es una estulticia vestida de estiércol comestible, que le di a tragar bruscamente y sin piedad, luego de que mis bordes dulces le estrujaran toda gota de sangre y lágrima, y que de mis astros brotaran miles de cristales que mostraran el reflejo de un yo amarillo y colmado de mar. No. No soy yo quien usa esos modos. En el susto del deceso, susurran mis vísceras y escucho sus llantos. He oído la voz de la muerte en la membrana más íntima. Logro recordar. ¿Cómo puedo beber tanta sangre, si recuerdo esa sensación viva? ¿Cómo puedo tragarme la maldita empatía que me ha condenado por tanto tiempo a ser una débil más? Que mi fuerza es una necedad. Busco el flujo ajeno para bañarme en él. Deseo la mirada de Lilith, y sus dientes, también. Siento que desfallezco mientras cambia mi estructura. Muero de miedo. Muero de miedo. ¡Muero de miedo! Y el monstruo en el que trabajo arduamente, conquistador de bordes y planos, que me sabía tan cercano, solo es un garabato sobre el que no logro decidir. Me espera un plato hondo de cereal con leche. Por ahora, este es mi único abrazo, mi único calor, mi único arrullo. Quizá, entonces, yo también sea libre.

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