Saturday, April 5, 2014

Nihil

Quisiera dagas, miles de dagas, que me permitieran acabar con todos. Tomar cada último suspiro, sentir el rojo más rojo y lleno de vida, mientras ella se apaga. Quisiera tomar las luces de cada ser que es y que quitó. Mis manos, llenas de sangre, olor a metales grises, llenos de gloria invisible. Porque solo para mí cantarían las aves de mi cueva. Solo por mí existen los nocturnos. Mis seres de negro, de noche, con diagonales cerca a las mejillas y vestidos de sombra. No los llamaré amigos, sino una creación. Solo lo que venga de mis manos es digno, si acaso... Cómo quisiera creer. Cómo negar que creo en esos dioses hermosos, en tierras desconocidas. Mi lógica finitísima no pende en la antigua terquedad de mis formas. He rociado mi corazón, así como cada víscera. Mi alma aún se enrosca en la noche y espera a mis fieles seres. Mi noche, como un lucero sin luz, me trae todas las formas de un yo que se esconde en la esencia más profunda de mis pozos. ¿Quiénes son esas niñas, esa bebé, ese feto, ese embrión? ¿A quiénes veo en sus pupilas? ¿Qué sangre encuentro en esas perlas llenas de metal? ¿Qué liquidos acuden a sus sienes, a sus yemas, al deseo? ¿En dónde se depositó la bondad; en donde, la bondad? Me duelen todas las secciones, las partes, los nombres, las palabras, los inventos, los secretos, los golpes, las mentiras, los gritos, la orina, el excremento, las mascotas, las sábanas, los lugares, los olores, los fríos, los calores, el sudor, las lágrimas, los colores. Todos se apoderan de mí en una tortura indescifrable, con un algo o alguien que pisa las teclas más tenebrosas del piano, y deposita sus sonidos en mi cuerpo. Suelo acabar con cada parte de estos desconsuelos con la mayor facilidad, luego de simular mis memorias, luego de partir cada uno de mis huesos, de convertirme en la bestia que soy, de ver mi salvajismo. La luz me toca y revientan mis soles, pero la luna, la luna siempre... Siempre. Solo me basta la luz más tenue para saber que sigo aquí. Y sin ella, el sonido más amargo de mis fríos. Sigo convenciéndome de que no es difícil. El camino se dibuja, se siente a cada paso. Mis imágenes cobran vida con los días. A veces, me veo. A veces, me retuerzo con los sonidos de otra materia. Me controlo unos instantes de vida. Me retuerzo, y me trago mi cuerpo. Me trago mi cuerpo. Me desvanezco. No soy nada. Estoy aquí. No soy nadie. No soy de nadie, tampoco. Soy mía. Mi nada, mía. La nada. Soy la falta de lo que es. Soy maldad, soy oscuridad, soy mentira, soy vacío, soy cuento, soy poema, soy locura, soy pena, soy enojo... No soy. Pero de las nadas, soy yo. La nada soy yo. La más grande y narcisista. La dueña del oráculo, la bruja, la inventora, la maestra, la asesina. Y me comen los insectos. Mi lecho se hace polvo. Siento mi boca temblar. Me duelen las venas. Me duelen los órganos más escondidos. Simulo la muerte, mi otro yo, que soy falta de vida, pero sobrevivo en mi muerte helada, con un secador y el molesto piano que melodia un epitafio que no quiero. Nadie jamás sabrá. Mi gloria, invisible, es mía. Es mía, como la nada, como mi yo, como yo, como cada ser que no existe ahora mismo, cuya sangre brota de mis manos, y es toda mía, mi alimento, mi bebida, mi perfume, mi pintura, mi arte... Cazadora de almas, de cuerpos, de modos. Pronto, algún día, todos habrán desaparecido, y me encontraré solo conmigo, para la quietud absoluta, para el blanco cegador que me libere. 

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