Thursday, June 5, 2014

Haupt

He tratado de explicárselo a alguien nuevo. Le he contado de mis garabatos mentales, de todas las líneas y curvas que rodean mi existencia. He compartido algunas de mis capas y melodías. Un extraño que navega en un mar muy azul y no le teme a las criaturas de las que siempre he huído. También le conté de ellas.

Es poco impresionante, pero útil. No busco solo utilidad, pero es lo que queda, lo válido, lo intocable... Le huyo a lo tocable, aunque venga de un viajero instalado en un mar, le huyo. Pero me atormenta saber que siempre habré sacado de un cuerpo solo una sustancia y luego no más. Y luego, no más... No más, porque, además, soy un laberinto. No sé a dónde se dirige mi alma y lo he dicho con tanta pasión que este sujeto pareciera entender. Es gracioso, porque no he notado la profundidad de su esencia, ni he probado su sensibilidad en absoluto, pero el sujeto (demente) cree que mis explicaciones sobre mis propios procesos cognitivos, escondidos y arcanos, son totalmente coherentes y claras. No le creo del todo, pero logro arrancarme las heridas aunque sea para ponerlas en alto, en frente, visibles al fin, porque sus tardes son tan aburridas que ha decidido escucharme. Yo me la doy de bardo, de poeta; y él, de aprendiz, una esponja viviente. Un visitante, efímero como otra ave, que le trae algo de paz a mi -también- vuelo. Yo soy un pedazo de hielo con esquinas bordeadas de sol. No soy más. Todas las personas me saben a una tecla morbosa que me toca los oídos y luego danza hacia el aire, hasta desvanecerse.

Mi cabeza está en otro lado. No sé dónde estoy ni qué me ocurre. Mi único entendimiento se ha asentado en la mutabilidad, en la incertidumbre, y en la certeza de que la oscuridad ha vuelto a encantarme. Me siento condenada por una palidez invisible... No puedo explicar nada. No sé cómo explicar nada. Ese sujeto es el único que entiende mi desorden, por lo menos ahora, o por lo menos le hace justicia a un rol que me sirve de momento, para no sentirme aún más desquiciada.

El mundo es lo que es. Pero nadie sabe qué es eso. Vivo rodeada de construcciones sociales que me empujan sin misericordia hacia calles demasiado transitadas. Las sigo, y me enamoro de cada cosa en el camino. Me enamoro de cada materia, de cada sustancia, la hago mía. He hecho mías a tantas cosas que no tengo dudas de que el problema no es mi capacidad; mucho menos mi pasión. Algo me acosa desesperadamente. Yo sé que todos andan por las mismas calles y son felices o creen serlo, o creo que lo son. Ya pude ver que todo esto era un juego para mí. La calle es un patio de juego. Un patio de juego. Cada libro es un entretenimiento, un conjunto delicioso de sensaciones y armas perfectas para más sensaciones. Las personas andan por el mundo, en los mismos lugares que yo, pero sus calles no son juegos. El juego no existe. El juego existe. Ellos andan tan consumidos que me asusta y me revuelco en mí. Pero no me importa. No me importan. El egoísmo me priva... Repito que algo me ocurre. Mi mente es insaciable e insiste en aislarse. El dolor no es dolor. Solo hay un pedazo de roca y mil fantasmas de mi propio yo, rondándome. Nadie nota el cansancio ni la sangre. Nadie ve el sudor ni las lágrimas. Ninguno de estos elementos está. A veces, me pregunto si realmente será que soy humana. Y de humanidad, igual poseo la parte más monstruosa. Estoy cansada y no me importa nada. Miro por la ventana y me conquista el cielo rojo, que nunca entenderé por qué solo es rojo en mi ventana, todos los días del año, y solo en mi ventana, en esta misma, como destinado a seducirme...

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