Sunday, June 29, 2014

La híbrida

Es una belleza, pero no puedo explicárselas. A ninguno de ustedes puedo explicárselas. Ni a ella. Ni a él.

- "Somos muy condescendientes contigo".

Si supieras lo que habita en mí. Si hubieras conocido al monstruo a tiempo y en toda su gloria; si alguien lo hubiese visto... Porque sus garras se arrastran desde lo más íntimo hacia las patas de una araña que intercambia acertijos por una entrada a través de mis láminas... El papiro exquisito. Todo estaba ahí. Cuando recuerdo sus modos de incendiarse, de pronto, yo aún niña, me estremezco con el tacto doblado y los ojos cerrados. Mis ojos se aprietan como cosidos, como si no se respirara también por los ojos, como si fueran a comérselos los pájaros que tanto he adorado durante mi vida, incluso admirado su violencia, en el encuentro. Y esa admiración, tales ojos... ¿No fueron también paganos? ¡Qué ojos, qué labios, qué oídos, que me atraen hacia orco, sin morir! Sin morir... Y en tantas ocasiones que te he tocado, Leteo, Leteo... Tantas, como los gritos que se anidan en mi pecho, el acuario, el baúl... Y lo mismo les es la noche que el día, en tanto el vaho correcto, mi vaho, aun mi amarillo, se asome por dentro, un segundo, dos. Y los busco. Mis vahos. Los busco... ¿Por qué los busco? La ninfa, la niña, quien sea ella, ella, se aturde, se canta, se aúlla, se pierde, se predice, se envenena, intenta acabarla. A ella. ¡Ella! ¿Quién es la otra? Cualquier cosa, menos esa criatura inmencionable. No te considero. Alteración. Agitación. Bulla. Todo es una barahúnda... Desconcierto. Un desconcierto en crescendo, y las notas acelerándose como una estridencia perfecta y ácida, incontenible. La ninfa, la niña, quienquiera que sea, ella, con presencia de árbol. Petrificada. Una cadáver con las venas colmadas de algún espíritu mezclado.

Los dientes solo son servidores-candado. Nada la libra. Nada la libra de la agresión en su garganta, las hormigas palpitantes, el cráneo de laberinto, los acordes de la que parece averno, de la que posa sus manos hasta lograr que la híbrida se encorve. Hasta que se enrosque en sí misma, y la que parece averno pueda brotar-se, tomar a la ninfa, tocar a la ninfa, rasgarla, a quien sea ella. Pero la híbrida. La híbrida es un hálito gris, frío, impenetrable. La esfinge, la libro, la hastiada, la monstruo, la niña, la negro, la rojo, la verde, la azul, la miedo, la bruja, la que caza, la que huye; y en todo, una eterna fugitiva.

Si pudieras verlas. Si pudieras sentirlas en mí, rozarlas siquiera... ¿Entenderías a la niña? ¿Hallarías al monstruo? ¿Ves, acaso, a la híbrida?

Esta soy yo, una híbrida, una esencia partida entre la que me asusta y la que teme, y la que es ambas y las ama y las odia, pero odia más el estado de morir en vida, la ausencia de almas, la tenencia de un quid que se presenta ilimitado, fantasmagóricamente ilimitado, ilógicamente lógico y lógicamente fantasioso, que se alimenta en un lago que nadie más ve, que maldice los colores aunque estén en sus riberas... Y tú, que me das un nombre de luz, que permaneces en tu lago, pretendes matarlas, como yo las he querido matar, asesinar, destruir... Pero las amo. ¡Cómo las amo, y las maldigo! No. Que el regocijo te lo dejo, pero me asustan esas sustancias, las que esa mujer me dio. ¿Me conoceré de nuevo? ¿Y tú? Tú nunca las supiste.

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